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“El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.” (Marcos 1, 15).

 

Así decía Jesús al inicio de su vida pública. En esta frase del Evangelio existe mucha enseñanza. Nos detendremos en los aspectos esenciales. "El tiempo se ha cumplido" refleja que los decretos de Dios son inexorables (no se pueden eludir), Dios decreta y se hace. Y aquí expresa el tiempo de la Redención, el tiempo de la plenitud en el que Dios se ha hecho hombre para redimirnos en persona.

 

"Dios es amor" (1 Juan 4, 8) y vive en su intimidad (Santísima Trinidad) un misterio de amor tan infinito que desborda y quiere amar más allá de las tres Divinas Personas. Por eso nos ama, por eso te ama desde la eternidad. Hizo una Creación hermosa y tremendamente grande para nosotros; Él no la necesita, la hizo porque me ama y te ama.

 

Y a pesar de que lo ofendimos y ofendemos con nuestro pecado, a Él que solamente nos ha amado, su amor no se cansa de seguir amándonos, sino que se hace criatura para redimirnos, para liberarnos de la condenación y llevarnos al Cielo para hacernos felices eternamente. Esta es la Buena Nueva, "la Buena Noticia": que Dios nos ama y a pesar de que lo hemos ofendido, quiere sanarnos del pecado y tener una vida íntima con nosotros; empezar una historia eterna de amor con cada uno de nosotros, que empieza aquí en la tierra y que seguirá en el Cielo.

 

El simple hecho de encarnarse y hacerse hombre nos tiene que decir mucho:

 

"Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz." (Filipenses 2, 5-8).

 

Para darnos una idea imaginemos que una persona humana ama a las cucarachas. Y para salvarlas tiene que hacerse cucaracha y morir como cucaraha; y es tanto su amor que lo hace. La realidad es que la distancia entre un ser humano (criatura) y una cucaracha (criatura) es mucho menor que la distancia entre Dios (Creador) y un ser humano (criatura).

 

Dios se hace hombre y como tal pasa penalidades y sufrimientos que como Dios no tiene. Y lo hace porque nos ama. Vive pobremente, sin comodidades, el Dios que todo lo crea y sostiene depende de una jovencita (la Virgen María) para que le cambien los pañales y lo alimenten. Tiene que huir a Egipto para salvar la vida. En su vida pública es rechazado por la parte sacerdotal de su pueblo, condenado injustamente, torturado y muerto en una muerte muy cruel, hasta dar la última gota de sangre, sólo por amor a ti y a mí.

 

Para entender mejor esto podemos imaginarnos o reflexionar si alguien en este mundo ha dado la vida por nosotros, ha muerto por nosotros y si estamos en este momento vivos porque alguien murió por nosotros. Existe una historia real al respecto; se trata de un sacerdote polaco que vivió durante la segunda guerra mundial y fue llevado al campo de concentración de Auschwitz.

 

Se trata de San Maximiliano María Kolbe. Resulta que un día, de su grupo se escapó un preso y cuando esto pasaba y no se encontraba mataban a diez del grupo. En la elección se nombró a un tal Franciszek Gajowniczek que dijo “Pobre esposa mía; pobres hijos míos” y entonces Maximiliano, libremente, se ofrece a morir en vez de él. Los nazis aceptaron y Maximiliano murió con otros nueve que pusieron en una celda para que murieran de hambre; tres semanas después Maximiliano sobrevivía con otros tres condenados y como los oficiales necesitaban la celda para otros usos les pusieron una inyección de fenol en el corazón para matarlos; y Francisco vivió, era el año 1941.

 

Posteriormente el Papa Pablo VI beatifica a Maximiliano en 1971 y Juan Pablo II lo canoniza en 1982. Francisco estuvo presente en las dos celebraciones y murió a los 94 años de edad en 1995.

 

¿Cómo te sentirías con Maximiliano si tu fueras Francisco? ¿Si hoy estuvieras vivo gracias a él? Cuánto agradecimiento tendría que haber de nuestra parte si nos hubiera pasado como Francisco. Tendríamos que honrar toda la vida a la persona que murió por nosotros, sabríamos que de alguna manera ya no nos pertenece, fue comprada con sangre y con amor. Esto requiere una respuesta de amor de nuestra parte muy profunda.

 

Pues bien, no ha sido Maximiliano —hombre de carne y hueso— que ha muerto por ti, ha sido el Altísimo, el Todopoderoso, Dios mismo que en Jesucristo ha muerto por ti y por mí y es real. Si con una persona semejante a nosotros el agradecimiento y la honra deberían ser muy grandes, imaginemos lo que tendría que ser a Dios hecho hombre en Cristo Jesús. No corresponder sería la mayor de las ingratitudes e injusticias.

 

Y además Jesús no murió con cualquier tipo de muerte, sino una lenta, cruel y dolorosa. Este es el amor que nos tiene todo un Dios, que tendríamos que caer de rodillas, pedirle perdón de nuestras ofensas, agradecerle toda la vida y entregarnos también completamente a Él.

 

“Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.” (1 Juan 4, 10).

 

"En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores." (Romanos 5, 6-8).

 

 

La conversión:

 

Aquí entra un tema central de nuestra vida espiritual, ¿cómo vamos a responder a este amor divino? ¿Cómo estamos respondiendo en este momento de nuestras vidas? Hay una canción que dice “amor con amor se paga” y de alguna manera esta es la realidad: Dios nos ama, amémoslo; pero amémoslo como Él quiere ser amado, y de este amor, amemos al prójimo como Dios quiere que lo hagamos.

 

Somos diseñados para amar y nuestra plenitud se encuentra en nuestra entrega amorosa a Dios y al prójimo:

 

"El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo." (Juan Pablo II, carta a las familias, n. 11).

 

Este tema central es la conversión:

 

"...la «conversión», tema fundamental de la vida cristiana." (San Juan Pablo II, ángelus, Domingo 24 de enero de 1993).

 

Es fundamental porque es una decisión profunda de conversión, es decir, de cambio, de transformación. De arrepentirse, de dejar el pecado y los caminos del mal, pero va más allá, es amar a “Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas." (Marcos 12, 30).

 

Es corresponder a ese amor divino con nuestro amor. El problema es que somos débiles, limitados, miserables y nuestro amor se contamina con egoísmos, apegos, pasiones y otras cosas y por eso necesitamos de las ayudas divinas para amarlo bien: los Sacramentos, su Palabra, la oración, etcétera para irnos transformando en Cristo y amar ya no con nuestro corazón, sino con el de Él.

 

Esta conversión nos lleva a entregarle todo a Dios para que todo sea como Él quiera, que Él sea el verdadero Rey de nuestra vida, que Él tome las decisiones y nosotros concurrimos con Él, de esta manera se realiza la Palabra divina:

 

"No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la Voluntad de mi Padre celestial." (Mateo 7:21).

 

Esta es la clave, vivir para hacer la Voluntad de Dios, amamos a Dios cuando lo obedecemos y hacemos su Voluntad:

 

Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. (Juan 14, 23).

 

Amar a Dios es cumplir su Palabra, hacer su Voluntad de manera fiel. No es solamente una bonita frase de decir: “amo a Dios” sino de vivirlo en nuestras obras y decisiones, quien Lo ama Le obedece. Pues hasta los demonios creen (cfr. Santiago 2, 19) pero no Lo obedecen, no hacen su Voluntad.

 

Convertirse significa dejar que Jesús tome las riendas de nuestra vida, es dejar que Él tome las decisiones, dejar que Él verdaderamente reine.

 

"Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo." (Lucas 14, 26).

 

Por eso esta conversión significa un cambio radical de nuestro corazón, que nos lleva a cambiar de mentalidad y a experimentar una nueva vida.

 

Porque donde reina el Señor reina la paz, la alegría, la verdadera felicidad; por eso con Él se tiene una vida abundante (cfr. Juan 10, 10) y al unirnos cada vez más con Jesús desaparecen las depresiones, los enojos, los miedos, las angustias, las esclavitudes de cualquier tipo, etcétera. Al cumplir la Voluntad de Dios con mucho amor experimentaremos la presencia Divina en nuestra alma, experimentaremos parte de la dicha del paraíso que nos espera; y por eso “el Reino de Dios está cerca”.

 

Y esta es la "Buena Noticia" de parte de Dios: el Amor que nos ama, que nos redime, que nos salva, que quiere una vida plena y abundante en nosotros, que se realiza en la unión íntima y personal con Dios, el ser más amoroso, encantador y bondadoso que existe; para iniciar nuestra historia de amor con Él, que de Él venimos y como dice San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto, hasta que descanse en Ti” (Confesiones 1, 1, 1).

 

 

La conversión y la vida espiritual:

 

La conversión es tan importante que sin ella la vida espiritual casi no da fruto, si es que da alguno. Muchas personas asisten a Misa, rezan el Rosario, etcétera, pero casi sin provecho. Porque no les interesa hacer la Voluntad de Dios, no tienen a Jesús como centro y prioridad en su vida, sino a alguien de la tierra, o a una actividad o a algo material o a ellas mismas; es decir, sus propios deseos y planes sin analizar si es lo que Dios quiere en sus vidas.

 

¿Por qué? Porque viven para ellas, no para Dios. Su vida espiritual es pedirle a Dios que les ayude en sus proyectos, en sus planes, en sus cosas. Y para que Cristo reine hay que crucificar el egoísmo, y ponernos a su servicio. Solamente así dará fruto la vida espiritual.

 

Por eso existen personas que aunque practiquen ciertas devociones y prácticas espirituales no cambian, siguen depresivas, enojonas, amargadas, duras, juzgan a los demás y los rasgos de Jesucristo no se ven en ellas; ¿qué falta? conversión.

 

En cambio cuando un alma está convertida la vida espiritual la transforma, da mucho fruto. Y en esa persona desaparecen las miserias, las depresiones, miedos, enojos, las durezas, las amarguras, los apegos y se llena de una dulzura, amor, libertad y paz celestiales, porque deja su corazón y se transforma en el corazón de Jesús. Jesús toma posesión de su vida a través de su vida interior. Y esta persona sirve con amor y alegría la Señor, dando mucho fruto para el Reino.

 

“Yo les daré otro corazón y pondré dentro de ellos un espíritu nuevo: arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 11, 19).

 

Por eso la vida espiritual y sus delicias, sin conversión, no se experimentan. Y de esta manera la conversión —como decía San Juan Pablo II— es un tema fundamental en esta vida espiritual.

 

Podemos ahora, con la ayuda del Espíritu Santo, tener un poco de mayor comprensión en el anuncio:

 

“El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.” (Marcos 1, 15).

 

 

 

EL ANUNCIO (BUENA NUEVA)

LECTURAS RECOMENDADAS:

 

-El Redentor del hombre (Juan Pablo II)

-Confesiones (San Agustín)

-Nuestra transformación en Cristo (Dietrich von Hildebrand)

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