EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD
Como hemos dicho, aquí veremos los temas a modo de introducción, pero indicaremos lecturas en donde se puede profundizar en los temas, en este sentido los enlaces católicos que están en la página del "Reino de la Redención" pueden ayudar mucho, así como las lecturas recomendadas en cada sección.
Los Sacramentos son siete: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Reconciliación, Unción de los enfermos, del Orden y del Matrimonio.
Los Sacramentos nos trasmiten la Gracia, la Vida Divina. Por eso tratar de valorar los sacramentos sin saber qué es la gracia es muy difícil. Los sacramentos parten de Jesús para nosotros y nos llenan de Vida Divina para luego trasmitirla y vivirla en nuestra vida diaria.
«El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí». Como dice la Escritura: "De su seno brotarán manantiales de agua viva". (Juan 7, 37-38).
Los Sacramentos nos llenan de Jesús y vivir sin tener realmente a Jesucristo en nuestra vida es como pretender vivir sin el sol.
Si el sol dejara de existir, no habría luz y energía para que las plantas existieran, si las plantas no existen, tampoco los animales y se acaba todo alimento en la tierra, además de que no tendríamos calor y nos congelaríamos; es decir, sin sol no hay nada, no hay vida.
Igualmente nuestra alma necesita la luz y el calor de la GRACIA de Dios, sin ella no tiene vida, muere; y los síntomas son: mal humor, enojo, depresión, no tener sentido en la vida, desánimo, desesperación, angustia, ansiedad, ganas de no vivir, coraje, resentimientos, rencores, celos, miedos, victimismo, quejas, mentiras, infidelidad, malas decisiones, embriagueces, drogadicción, dependencias (esclavitudes) a personas, sexo, cosas o actividades, vacío, soledad, una vida sin fruto auténtico, una vida estéril, etcétera.
Pretender ser plenamente felices sin Jesucristo es como pretender que un automóvil camine sin gasolina. Y por eso es importante recibir esta GRACIA y frecuentar los sacramentos de la Confesión y la Comunión con las debidas disposiciones para entablar una relación profunda con Cristo y permitir que su GRACIA nos sane de nuestras heridas, miedos y esclavitudes. La GRACIA de los Sacramentos es medicina para nuestra alma, para nuestras emociones, para nuestras heridas y nuestro cuerpo; pero tristemente es muy desperdiciada.
La gracia de Dios es el gran tesoro que tenemos. Jesucristo nos quiere libres de la vida miserable, nos ama, nos quiere y sabiendo nuestra frágil condición humana nos ha dejado los remedios necesarios para tener vida y vida abundante (cfr. Juan 10, 10). La Palabra de Dios nos dice:
"...el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo" (Gálatas 5, 22-23).
Dios es amor, paz, alegría, gozo, poder y dicha infinitas. Y Su Vida Divina que es todo esto nos lo ha dejado para que podamos experimentar esta Vida dichosa a través de los Sacramentos y su Palabra (en este apartado nos enfocaremos sobre todo en los sacramentos). Por eso, si no frecuentamos los sacramentos no accedemos a todos estos regalos.
"Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina." (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1131).
Como decíamos y se observa en la cita anterior, los sacramentos transmiten la gracia y la gracia es la Vida Divina. Por otro lado, muchas veces nos distraemos mucho y nos olvidamos de lo esencial:
"...¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?" (Marcos 8: 36).
La raíz de nuestros males y sufrimientos es el pecado. Pero Dios nos da el remedio para la raíz de nuestros males a través de los Sacramentos que sanan nuestro interior y son fuente de poder de Dios que transforma nuestra vida interior y le transmiten vida divina (paz, amor, gozo, etcétera):
"Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan. Son porque en ellos actúa Cristo mismo; ...El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia ...en ...cada sacramento,... Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en Vida divina lo que se somete a su poder." (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1127).
Por otro lado, te podrás preguntar por qué hay personas que reciben los sacramentos pero no experimentan esta felicidad o no tienen un cambio en su vida. La razón es que se requieren ciertas disposiciones para que la gracia de Dios actúe adecuadamente en nosotros. Un aspecto importante es la fe. Si no tienes fe y no crees en los sacramentos, pues sencillamente dificultas, disminuyes o eliminas el poder de la gracia en ti.
Como se observa, la gracia depende de la fe; es decir, se requiere de la fe. Pero también los Sacramentos tienen el poder de hacerla crecer. Esto significa que puedes empezar con un mínimo de fe (como un grano de mostaza) y al recibir dignamente los Sacramentos tu fe aumenta, incluso le puedes pedir a Cristo que en cada recepción de los sacramentos aumente tu fe:
"Los sacramentos ... No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman sacramentos de la fe" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1123).
De esta manera, entre más frecuentes los Sacramentos de manera digna y pidas la fe, entonces tu fe crece, al crecer tu fe, la gracia de los sacramentos tiene mayores efectos en ti, por lo tanto es un círculo virtuoso. Otro elemento clave para recibir la gracia de Dios es la humildad, veamos la Palabra de Dios:
"Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (1 Pedro 5, 5 y Santiago 4, 6).
Otra disposición esencial es la conversión, como veíamos en la sección del “ANUNCIO” es fundamental para que la gracia que trasmiten los Sacramentos realmente nos trasformen.
Pues hay poco o nada de fruto si se reciben los sacramentos mecánicamente, sin conversión, sin fe, sin humildad, sin amor, etcétera. Incluso puede ser en algunos casos perjudicial, veamos lo que al respecto dice el catecismo sobre recibir la comunión:
"Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar." (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1385).
Aquí entramos a otro aspecto que tiene que ver con la gracia, que es el pecado grave. La gracia la recibimos por primera vez en el Bautismo, pero podemos perderla por los pecados mortales que por eso se llaman así porque matan, es decir, privan al alma de la gracia recibida en el Bautismo y se requiere del sacramento de la reconciliación (o penitencia o confesión) para recuperarla:
"Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como "la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la gracia". (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1446).
Es interesante como el catecismo habla de naufragio para referirse a la pérdida de la gracia. Es decir, es una catástrofe para nosotros. ¿Por qué?, porque sin la gracia de Dios no entramos en la vida eterna, sino nuestro destino es el infierno:
"Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo: « El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. ... Entonces dice a sus siervos: "La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda." Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. «Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?" El se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: "Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes." (Mateo, 22, 1-13).
Esta parábola de Jesús expresa muy bien esta realidad, necesitamos el traje de boda, es decir, la gracia de Dios para entrar al Reino de los cielos. Si no es así, vamos a las tinieblas donde hay sufrimiento eterno (llanto y rechinar de dientes). Así lo expresa también el Catecismo:
"El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1861).
Es decir, si perdemos la gracia por el pecado mortal, entonces nos auto-excluimos de la salvación, estamos optando por el infierno; y si morimos sin la gracia, entonces nos condenamos eternamente:
"La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno". La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira." (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1035).
Se requiere por tanto del sacramento de la reconciliación para recuperar la gracia:
"El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la Reconciliación" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1856).
Podemos preguntarnos por qué tengo que ir con un ser humano a confesarme. La realidad es que así lo estableció Jesucristo y es mediante el poder de Cristo como el sacerdote nos perdona nuestros pecados (cuando estamos arrepentidos) y nos transmite la gracia de Dios. Es decir, es Cristo quien hace esto, el ser humano por sí solo no tiene el poder de perdonar pecados y transmitir la gracia:
"Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. »" (Juan 20, 21-23).
Es también un acto de humildad decir nuestros pecados a otro pecador, y como vimos, Dios da su gracia a los humildes; pues lo que recibimos no es cualquier cosa, es la misma vida de Dios, vida Divina.
Jesucristo no quiere que nos condenemos; por eso nos advierte de la posibilidad, de los peligros y nos deja los auxilios para librarnos del fuego eterno; pero también para que tengamos una vida plena y empecemos a construir nuestro camino al Cielo aquí desde la tierra. Y los sacramentos son auxilios divinos, "medicina" para nuestra vida, para vencer nuestros pecados, nuestros defectos, nuestros errores, nuestras emociones dañadas por el pecado, nuestros miedos, nuestros corajes, nuestros rencores, nuestras tristezas, etcétera. Y además para darnos una vida plena y feliz.
Pero tú decides si quieres la plenitud o no, tú decides si vas por la "medicina" o no, tú decides si quieres los sacramentos o no. Dios nos da el libre albedrío. Pero nuestra libertad tiene que hacerse responsable de las consecuencias de sus propias decisiones.
Por eso el catecismo dice:
"… los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la salvación." (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1129).
Jesús murió por ti, te quiere más que a su propia vida. Y lo hizo porque te quiere feliz, lleno de vida, de paz y victorioso con Él. Por eso nos rescató con su pasión muerte y resurrección, para salvarnos y llevarnos a la vida eterna:
"todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús" (Romanos 3: 23–24).
Esta ha sido una introducción a la gracia, la Vida Divina, y a los sacramentos que la trasmiten. No es el objetivo aquí dar una explicación más a detalle o de cada sacramento, para esto recomendamos el "Catecismo de la Iglesia Católica" desde el número 1076 hasta el 1698 y el "Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica" desde el número 250 hasta el 350.
LOS SACRAMENTOS
